Los primeros meses de mi embarazo casi no fueron problema a nivel laboral. No se me notaba la panza y seguía cumpliendo con todas mis obligaciones de ejecutiva y empresaria. Es más, en muchas ocasiones, me exigía más de lo necesario para demostrarme a mí misma que no estaba enferma, que solo estaba esperando un bebé y eso no era motivo para tirarme a la cama. Como al sexto mes, cuando mi barriga empezó a crecer, me sentí definitivamente mucho más agitada que de costumbre. Mi oficina queda en un tercer piso y subir por las escaleras varias veces al día se hacía más complicado, así que opté por reestructurar mi agenda diaria.
Fue en ese momento, que tuve que tomar ciertas medidas; tuve que aprender a delegar funciones, a priorizar tareas y a hacer uso de la tecnología. Le pedí a mi secretaria que en la mayoría de los casos programara mis reuniones de manera continua, por ejemplo, de 9.00 a.m. a 1.00 p.m., de esa manera podía dormir un poco más de lo acostumbrado y despacharía en la oficina como máximo hasta las 6 de la tarde. Tuve que priorizar mis compromisos empresariales: cócteles, lanzamientos, inauguraciones, etc. Antes trataba de asistir a todos, pues además de lograr redes de negocios, también me distraía un poco y podía llegar a casa solo a dormir. Ahora, únicamente iba a los más importantes. Debo decir, que mis clientes nunca me hicieron notar alguna diferencia en el servicio que les brindaba mi empresa durante mi etapa de gestación, es más, me esmeré porque fuera mejor, así no tendrían duda de que mi papel de buena ejecutiva se vería afectado por la maternidad. Hoy en día, hay que hacer uso de la tecnología, si no estás frita. Yo nunca dejé de responder ante una llamada, de contestar un e-mail o asistir a una reunión de trabajo. Mi computadora portátil y mi blackberry se convirtieron en armas fundamentales en el día a día. Si por algún motivo me sentía fatigada o con algún malestar, me recostaba en mi cama y seguía con mi agenda, la cual era compartida y mi secretaria tenía acceso a ella. Desde mi casa seguía escribiendo correos o terminando proyectos. Como ven, la Internet en casa también jugó un papel importante para mi trabajo. Lo que más me costó durante mi embarazo fue aprender a delegar. Siempre he tenido el control de todo, no hay papel que no se mueva y yo no lo sepa, y mis colaboradores lo saben. Pero tuve que aprender a confiar mucho más en ellos y no me fallaron. Todo lo contrario, creo que eso sirvió para que tomaran con mayor responsabilidad sus roles dentro de la empresa. Nunca se me pasó por la cabeza buscar un reemplazo temporal en mi puesto, solo me quedaba confiar plenamente en mi equipo. Trabajé a un buen ritmo hasta un día antes de dar a luz y cuando nació Mikela me ausenté de la oficina solo por quince días. En ese lapso, andaba con el celular para arriba y para abajo. No sé si es estratégico o no, pero mi oficina queda en el tercer piso del edificio donde vivo, así que, todas las mañanas, mi secretaria bajaba a mi departamento para despachar documentos o pendientes. Mi casa se convirtió en mi segunda oficina, así que aprovechaba las horas en que dormía mi bebé para avanzar todo lo posible, inclusive tomé horas de la noche, como el espacio más relajado para evaluar todo lo acontecido durante el día y planificar lo del día siguiente. No era tal vez lo más indicado ni lo más perfecto, pues ese cansancio lo arrastro hasta hoy, pero me sentí aliviada de no sentir un cambio brusco en mi vida y de que mi trabajo, que tanto amo, se vea maltratado por el deseo de ser madre.
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