Así las cosas, compré todas las revistas para bebés que hay en el mercado, inclusive encargué algunas a mis amigas que viajaban de aquí para allá. Consulté todas las páginas habidas y por haber en Internet, hablé con amigas más o menos centradas y, de todo eso, hice mi propia versión de cómo alimentar una bebé de seis meses sin morir en el intento. Decidí ser yo misma la chef para mi hija. Aprendí que las verduras ofrecen un abanico de posibilidades, que se pueden mezclar los vegetales según su valor nutricional. También se puede jugar con los colores, esa es una buena fórmula: el rojo con el amarillo, el anaranjado con el verde, o todas a la vez, claro debidamente sazonadas como para una niña que empieza a probar otro tipo de alimentos que no es su leche materna. Trataba de mezclar la mayor cantidad posible de colores y balancear las vitaminas, según las propiedades que tienen cada una de ellas, aunque primero las fui probando de una en una para saber si era alérgica o no. Puedo decir que mis recetas fueron ‘creación heroica’, porque ni en las revistas, ni en Internet vienen recetas de papillas como deben ser, y si hay alguna, es bastante elemental. Normalmente vienen unas recetas raras, como sancochar arroz con quinua y un pedazo de pechuga de pollo; y mezclar todo. Con perdón de los nutricionistas, pero eso me parecía comida para pollo: ¡es horrible!, y lo sé porque yo las he probado. ¿Cómo mi bebé iba a comer esto?. Es verdad que la niña está aprendiendo y precisamente es el momento en que aprenden a comer de todo, pero si le enseñamos a comer mal, mal va a comer toda su vida. Un sábado en que programé dedicarme enteramente a preparar papillas, me puse el delantal y entré en la cocina como quien entra a un laboratorio. Entonces, preparé las recetas que encontré en las revistas, con esas mezclas raras y la verdad es que no me gustó nada. Así que me dije que le daría a Mikela la comida que yo como, pero modificada para un bebé, sin aderezos. Por ejemplo, si hacía puré para mí, para ella le hacía igual, pero con una pizca de mantequilla para darle buen sabor. Le preparaba estofaditos, platos que le pudieran gustar y que le sean agradables, sin exagerar en los condimentos. No fue fácil, me ha costado; pero quise hacerlo así. Cada mañana me levantaba pensando en qué le cocinaría a mi hijita. La cocinera que contraté se tuvo que adaptar a mi método y aprender junto a mí a preparar un buen alimento para la niña. Todos los días le cambié la comida para que pueda probar diferentes sabores. Mikela comió sin ascos todos los alimentos que le di, hasta hoy, no los rechazó nunca, pero creo que si le hubiera dado esas recetas tan horribles, no hubiera comido. Si a la niña le hubiera obligado a comer lo que no le gustaba, lo más probable es que me lo hubiera tirado por la cara. Si esa niña hubiese hablado, me habría dicho: “¡Qué asco, mamá, qué me estás dando!”. Incluso llegué a prepararle menestras, a pesar de que yo sabía que no son fáciles de digerir para una niña pequeña, las incluía en un menestrón, por ejemplo; o preparaba la quinua, que dicho sea de paso no es muy agradable al paladar de los bebés, pero la hacía en cocimiento con canela y un poco de manzana, de modo que se convertía en un plato atractivo y sabroso para mi hija. Hacer de la cocina para bebés una responsabilidad propia de cualquier madre, sea esta una mujer humilde o una alta ejecutiva, es una experiencia valiosa que debemos vivir, porque no solo asegurará que la alimentación que reciben nuestros hijos sea la mejor, sino que nos hará vivir la experiencia de la cocina creativa. A estas alturas puedo escribir un libro sobre papillas para bebés, y sería de gran ayuda para orientar a las madres jóvenes y primerizas que se inician en el terreno de la alimentación de sus hijos. Yo entiendo que muchas mujeres profesionales no tienen tiempo para estar cocinando y encargan esta tarea a una cocinera, pero corren el riesgo de no saber qué le están dando a sus hijos. Cuando Mikela empezó a comer, decidí primero intentar con algunas verduras suaves. Una por una, para ir analizando si le provocaba algún tipo de alergia. Por ejemplo: El lunes, le sancochaba un trocito de zapallo con una ‘pizquita’ de sal y lo aplastaba con un tenedor hasta convertirla en una cremita ligeramente espesa. El martes, sancochaba un camote pequeñito y lo aplastaba con un tenedor, mezclándole con un poquito de leche en polvo previamente diluida en agua tibia. El miércoles, sancochaba un trocito de zanahoria, una papa amarilla con un poquito de orégano. Licuaba ambos con agua tibia hasta convertirlas en un puré. Le ponía igualmente una ‘pizquita’ de sal. El jueves, le preparaba un rico puré con una papa amarilla y unas tres hojitas de albahaca bebé, previamente sancochada y licuada con un chorrito de agua. La papa la pasaba primero por el prensador y luego la mezclaba a fuego lento con la albahaca y un toquecito de sal. El viernes, intentaba mezclando un trocito de zanahoria, de zapallo y una papita amarilla. Todo lo sancochaba en caldito de pollo y lo licuaba. La cantidad, ustedes la irán midiendo solas, pues no tienen que medir por cucharaditas, cucharadas ni peso, es solo al cálculo para un platito pequeño. Ustedes se darán cuenta si su bebé sigue con hambre o si está satisfecho. Después de cada comida, le daba siempre algún postrecito, que era a base de maicena, casi siempre, pero en agüita de membrillo, granadilla, con canela, leche, manzanita rallada o jugo de naranja. Para beber, nunca nada de hierbas (manzanilla, té, anís, entre otros, esos productos tienen siempre algún tipo de relajante). Tengo entendido que las infusiones, a veces los “intoxican”. Mejor prueben con agua tibia, jugo de papaya, piña, membrillo, granadilla, cualquier fruta de la estación, pero natural. La comida siempre la preparaba para almuerzo y cena. La porción de la tarde la guardaba en algún pirex de vidrio. Es mejor no usar envases de plástico, porque está comprobado que es tóxico. ¡¡Ah!! Y lo olvidaba, si su bebé es estreñido, lo mejor es que le den granadilla o compota de guindones, que se hace simplemente sancochándolos y licuándolos. Le dan una cucharadita por las mañanas y listo.
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