Coherente con mis decisiones radicales, también decidí encargarme de la alimentación de mi hija, y eso a pesar de las recomendaciones de mis amigas, que lo que hacen es encargar la crianza de sus hijos a dos o tres nanas o cocineras, y ellas se olvidan del tema. En mi caso, a pesar de que estoy en condiciones económicas de hacerlo, preferí ser yo misma quien se encargue de esos vitales primeros años de mi hija. Así que desde que Mikela nació, decidí no contratar una niñera las veinticuatro horas, sino que con la ayuda de Mauro nos encargarnos de su crecimiento. Para mí era importante dedicarme a ella, darle mi mayor tiempo posible y poder alternar entre mi trabajo y sus cuidados, cosa que no era fácil porque no le puedes decir a un cliente: “¿Sabes qué?, tengo una reunión contigo el lunes pero te lo paso para el martes, de nueve a once de la mañana, porque tengo que cuidar a mi hija”. O sea, cada cosa tiene su lugar. Simplemente tenía que ordenar mi vida y aunque eso me generó un mayor estrés, lo hice hasta cuando Mikela cumplió un mes. Entonces contraté una niñera que se encargara de ella mientras yo trabajaba y, al finalizar la tarde, yo asumía el papel de madre al ciento por ciento. Y claro, también decidí encargarme directamente de su alimentación, porque la alimentación es básica al igual que bañarla, hacerla dormir; son momentos específicos que refuerzan el vínculo afectivo entre madre e hija. Recuerdo que cuando mi hija cumplió los cinco meses, la llevé al pediatra para saber si ya era tiempo de que comiera otro tipo de alimento que no fuera solo leche. Este fue el diálogo que sostuvimos: —Señora, su bebé ya tiene que empezar a comer. —Sí, doctor, pero ¿qué va a comer? —Señora, todo lo que sea verduras, todo lo que sea licuado. —¿Pero qué cantidad de licuado? —Señora, poquito. —Pero, doctor, ¿cuánto es poquito, o sea, es una cucharada, dos cucharadas, tres cucharadas? El médico me miró por encima de sus lentes, como diciendo, ya pues, señora, no se haga. Desconcertada, no pregunté más y me fui a casa.
Sé que a muchas mujeres modernas no les gusta cocinar, sin embargo a mí sí. Me encanta cocinar para mí o para mis amigos, y lo hago con las recetas tradicionales, con mucho condimento (y la verdad es que he sido elogiada por mi sazón); así que preparar la comida de mi hija no iba a ser un problema. Eso fue lo que pensé, pero… Compré casi toda la variedad de verduras que hallé en el supermercado y entonces empezaron los problemas, porque no sabía qué mezclar, ¿brócoli con zanahoria?, ¿zanahoria con cebolla?, ¿arvejas con habas?, ¿o todo junto? ¿Le gustará eso a Mikela?, ¿y si lo vomita?… Eran miles de preguntas las que pasaban por mi cabeza, y es que cuando una es primeriza le teme a todo lo que no sabe, porque de por medio está la salud de tu hija; así que me metí a Internet para buscar recetas de papillas para bebés. Navegando en la red encontré unas cuantas “papillas para bebés” que, la verdad, no me parecían sabrosas. Por ejemplo, camote aplastado con hígado de pollo, sin sal, ni azúcar, y si está muy denso o muy espeso, recomendaban mezclarlo con leche, mejor si era con la propia leche. ¡Pobre mi hija!, eso no era una comida digna, no puede ser que tenga que mezclar esas cosas raras y que le gusten a una bebita. Fue en ese momento que, al borde de la desesperación, le pregunté a mi santa madre qué le podía dar de comer a Mikela; y empezó con todo su rollo: “Mikelita tiene que comer quinua, es bueno para el cerebro; agüita de manzana para que no sea nerviosa; y trata de darle las frutas con cáscara”, y Mikelita hasta ahora las bota porque quiere comer la fruta pelada. Le consulté al médico si estaba bien darle avena mezclada con mi leche, y me dijo que no era necesario porque ya le estaba dando mi leche y que a ese paso la bebé se iba a volver un torito. Es decir, contradicciones por aquí y por allá y llegué a la conclusión de que cada bebé es diferente. Entonces decidí hacer las cosas a mi modo. Definitivamente cada bebé es un mundo diferente, las reglas no se ajustan para todos. Así que siguiendo esa premisa, decidí visitar a una amiga nutricionista para que me dé algunas sugerencias generales de cómo alimentar a mi bebé. Recuerdo que, conforme iba escuchando, mentalmente me trasladaba a mi cocina para preparar sus combinaciones. No había forma que a mi pequeña le aplastara la quinua con un pedazo de hígado sancochado y lo mezclara con mi propia leche. Parecía comida para perros. Ya no quería más recetas sugeridas, solo deseaba saber las verduras que debía ingerir, el tipo de carnes, tubérculos, etc. Yo me encargaría del resto. Aunque a veces no tenemos tiempo, porque las horas nos ganan, y si no vamos a preparar nosotras directamente la comida de nuestros bebés, es mejor hacer una lista semanal a la nana de lo que debe preparar, porque después una mala alimentación nos puede pasar la factura. Hay que recalcarles el tema de la limpieza durante la preparación de los alimentos y por lo menos una vez a la semana trabajemos de la mano con ella para saber cuál es su procedimiento en la cocina, incluso el cómo dar de comer a nuestro bebé. Así que, mamis, contemplen la idea de sacar una cita con una nutricionista antes de dar a luz. Al igual como visitan a su ginecólogo, también deben hacerlo por adelantado con un pediatra y una especialista en alimentación. Así nos evitaremos el estrés y la preocupación frente a muchas interrogantes.
Hola querida Melissa, por alguna razón tecnológica recien veo tu correo. Es cierto, muchas papillas no son agradables al paladar de nuestros pequeños, por eso siempre rompía las reglas en ese sentido.