Me siento terrible

Capítulo 5Mi primera visita el ginecólogo en este estado fue una experiencia completamente nueva. La diferencia con las otras visitas regulares, para los chequeos de rutina que todas debemos hacernos, era que esta vez iba para que el médico resuelva los cientos de inquietudes y temores sobre mi embarazo: unas porque me las dijeron mis amigas y otras tantas por mi natural miedo de madre primeriza que pisaba la raya de los cuarenta. Porque hay que decir que muchas amigas, en lugar de ayudar, te atemorizan con sus “predicciones apocalípticas”, como que una embarazada no debe tomar cosas heladas, porque el bebé puede nacer con problemas bronquiales; que evite los tacos altos porque no vas a poder dormir en la noche con el dolor de riñones o te mancharás la cara; es decir, una tragedia griega. Por eso mis primeras preguntas fueron: “¿Doctor, el hecho de que esté llegando a los cuarenta implica algo?”, “¿Tendré un embarazo delicado?”, “¿Mi bebé va a estar bien?”, “¿Necesito algún análisis?”, “¿Algún chequeo diferente al resto de mujeres?”, “¿Qué debo comer?”, “¿Puedo seguir usando tacos?”, “¿Tendré cambios importantes en mi cuerpo?”… y claro, luego de oír a mis amigas que las mujeres cuarentonas corremos el riesgo de perder al bebé, cualquier pregunta era válida.

El médico me miró como diciendo “Una más que viene con preguntas raras”, pero luego sonrió y me dijo que no me preocupara, ya que hoy en día la mayoría de mujeres tiene su bebé a partir de los treinta y cinco años y que hay una estadística que muestra que de cada cien mujeres embarazadas, treinta son mujeres mayores de cuarenta años; así que no había por qué preocuparse. La verdad es que me sentí aliviada, pues la confianza que me dio el ginecólogo fue de gran ayuda; así que salí del consultorio con una carga menos. Lo que sí tenía eran enormes ansias de informarme sobre todo lo que tuviera que ver con la maternidad. Así que comencé a comprar libros y navegar horas por Internet, leía cientos de páginas, testimonios de otras madres cuarentonas y respuestas a todas las preguntas habidas y por haber sobre embarazos.

Maniática como soy, no solo me puse a averiguar todo sobre la gestación, sino que ya me proyectaba a lo que vendría en el corto plazo: buscaba información acerca de partos con dolor y sin dolor, cesáreas, lactancia materna, decoración para los dormitorios de bebés; un poco más y empezaba a averiguar sobre los nidos y jardines. Hasta ahí, todo bien. El embarazo era bastante manejable, hasta que llegó el trágico quinto mes, porque fue como si de la noche a la mañana, todo cambiara radicalmente, como si hubiera caído el muro de Berlín sobre mí y todo fuera escombros. Un buen día desperté y mi barriga había crecido más de lo normal, como si algo se hubiera reventado dentro de mí.

Empecé a sentir cambios raros en mi cuerpo, me empezaron a aparecer manchas en la cara, y me comencé a sentir como una especie de monstruo, y eso, sumado a todo lo que había subido de peso. Claro, estaba llevando dentro de mí otro ser que crecía, pero en ese momento no piensas en eso, simplemente te ves al espejo y la realidad te agarra con todo. Eso fue fatal para mí, porque no sabía cómo controlarlo. Buscaba todas las cremas posibles, los maquillajes más densos para cubrir mis manchas, y aunque Mauro me decía que me veía linda, yo no le creía, porque no me veía linda para nada. Me miraba en un espejo y veía una cara horrible, mi cabello teñido tenía ya las raíces oscuras.

Decidí ir al salón de belleza para que me tiñan el pelo y me dijeron que no se podía, porque estaba embarazada y que si me teñían sin amoniaco no iba a agarrar bien el color. Entonces fue cuando empezaron mis frustraciones. Para rematarla, la ropa ya no me entraba y yo me resistía a usar los típicos vestidos de embarazada, no quería hacerlo, yo quería usar mi ropa de siempre, pero no podía. Entonces, me compré tallas más grandes para no perder mi look y así poder sentirme ligeramente más cómoda. Además, seguía usando tacones altos a pesar de que el médico me decía que estaba mal, pero no me importó: si ya tenía que aceptar tantos cambios en mi cuerpo, no iba a permitir que me quiten los tacos. Eso no. Me preocupaba mucho mi imagen, quería resaltar una imagen fresca y moderna y mi terror era no lograrlo.

Tengo amigas que usan ropa ancha, enorme, con chancletas, pantalones grandes, zapatos sin tacos, ¡noooo! Esa idea me aterrorizaba demasiado, ya tenía manchas en la cara, se notaban las raíces de mi cabello, estaba gorda, había subido de peso y encima tenía que usar ropa ancha. ¡No, ni hablar!, en mi cabeza no entraba eso. Pero eso no fue todo. Empecé a disminuir mis actividades en la oficina por muchas razones, principalmente para no exponerme a ningún malestar mayor, pero tenía demasiadas molestias: los pies se me hinchaban como tamales y la barriga me pesaba. Muy a mi pesar, llegué a cancelar reuniones, porque no quería salir así, prefería descansar en casa.

Por supuesto, la vida social era nula, sobre todo cuando apareció una preocupación mayor: las odiosas e inevitables estrías y manchas. Hice todo lo posible para evitar que me salgan y empecé a comprar todas las cremas habidas y por haber para evitar que me salieran. Creo que llegué a comprar todas las marcas que me aconsejaron, pero las malditas manchas seguían saliendo y yo me quería morir. Tenía manchas oscuras en la cara, en las axilas, por todos lados: un asco. Mauro me decía: “Amor, pero no se notan”. Sí, claro, para un hombre eso no es importante; pero para nosotras las mujeres, sí. Finalmente una se resigna a que el cuerpo sufra estos cambios y, claro, siempre queda la posibilidad de someterse a una cirugía, una dieta, una liposucción o lo que sea que el dinero pueda pagar; pero gorda no me iba a quedar de ninguna manera. A pesar de que la gente me decía que se me veía linda, preciosa, no era cierto, nunca me sentí preciosa.

Yo no creo que las mujeres se sientan “lindas”, porque a pesar de que amas al bebé que llevas dentro, hay una parte de ti, de mujer, que sabe que no se siente bien, y la que diga lo contrario está mintiendo. Nos guste o no, nuestro cuerpo sufrirá diversos cambios, en unas mujeres más que otras, pero sin duda no serán los mismos 90-60-90 al que estamos acostumbradas. Yo empecé mi embarazo con 59 kilos y decidí cuidarme al máximo para no pasar los 10 kilos al finalizar los nueves meses. Eso de los antojos, solo está en nuestra mente, pues créanme que nunca sentí alguno, sí sentí un poco más de hambre de lo normal, pero todo controlable.

Lo mejor es recibir las noches con una buena ensalada de frutas o un jugo con un sandwich. El embarazo no debe ser causa de desatenciones en la belleza de la mujer. Definitivamente, para mí lo más frustrante fue dejar de emparejar mis raíces —pues tenía mechas— los cuatro primeros meses. Si bien es cierto los médicos recomiendan evitar teñirse el cabello el primer trimestre por el peligro del amoníaco, hay otras opciones que se pueden considerar para no lucir espantosas. Los primeros meses decidí cepillarme el cabello de tal manera que las mechas descoloridas se notaran lo menos posible. Luego de los cuatro meses, corrí donde mi estilista para que mejorara mi tono de tinte.

Creo que al final eso de bajo en amoníaco es puro cuento, aún así mi estilista tomó sus precauciones y lo que hizo fue usar menos cantidad y dejarlo más tiempo sobre el cabello para que absorba el color.   Así llegué pasable hasta los nueve meses. A partir del cuarto mes, compré una buena crema para evitar las estrías, con la cual me masajeaba después del primer baño y antes de irme a dormir. Les juro, que no asomó ninguna en mi cuerpo, porque fui constante. En cuanto a las manchas en mi rostro, era claro, que después de todo lo que averigüé, era imposible atacarlas, pues todo era hormonal. Lo que sí usé, fue mucho protector solar, a pesar de que la mayor parte de mi embarazo fue en invierno, pero es lo mejor. Usé una marca, que me recomendó la dermatóloga. Luego de dar a luz, la mayor parte de las manchas desaparecieron y el resto estuvo en tratamiento por unos meses más.

Capítulo 5

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