Mauro y yo siempre hablábamos de la posibilidad de tener hijos, pero lo hacíamos en esas conversaciones típicas de pareja, donde cada quien dice lo que le gustaría tener en el futuro y sin pensar en la posibilidad real de que sucediera. En realidad, yo no le daba importancia al asunto, porque después de tantos malos pasos amorosos que tuve a lo largo de mi vida, no quería hacerme mayores ilusiones.
Ambos estábamos en toda la euforia de los primeros meses de una relación intensa y llena de vitalidad, donde cualquier motivo o lugar era ideal para tener un encuentro amoroso. A pesar de mis múltiples ocupaciones como ejecutiva, buscaba la forma de compartir tiempo valioso con mi pareja; hasta que un buen día, comencé a sentirme rara. Algo me estaba pasando, yo siempre tan activa, yo contra el mundo entero, yo totalmente independiente, yo la mujer de carácter, y de pronto, comencé a sentir un cambio en mi interior que me impedía sentirme la persona autosuficiente de toda la vida.
Por esas cosas que tenemos las mujeres y que definimos vagamente como “intuición”, empecé a sospechar que algún travieso espermatozoide había hecho lo suyo y estaba a punto de cambiarme la vida. Yo que soy una mujer de tomar al toro por las astas, no me confié de esos autotest de embarazo que algunas mujeres compran ansiosas para encerrarse en el baño y ver con sus propios ojos si es verdad lo que sospechan, yo opté por ir a un laboratorio a que me saquen sangre y me digan la pura y dura verdad.
Mientras tanto, continué con mi agitada vida diaria, llena de reuniones de negocios y evitando pensar en el tema; pero en el fondo, lo confieso, llena de miedos, angustias e ideas que pasaban por mi cabeza ante la posibilidad de un embarazo que altere mi vida de manera radical. “Y cómo no quedar embarazada”, me dije a mí misma, si durante este tiempo no usé anticonceptivos, boté todos los condones del botiquín y ni siquiera calculaba mi última regla. Esto tenía que acabar así, no por gusto en la familia todos pasan de los cuatro hijos.
Bueno, recuerdo que llamé a mi hermana Mónica. Ella siempre fue mi confidente y es quien mejor me conoce. Debo confesar que la llamé porque creo que en el fondo tenía un gran pánico a saber por mí misma los resultados de ese examen que cambiaría mi vida para siempre. Le conté que tenía algunas sospechas sobre un posible embarazo y le dije que viera los resultados por Internet a través de un código que me había entregado el laboratorio.
Nunca olvidaré aquel momento. Estaba en una de las tantas reuniones de negocios, al otro lado de la ciudad, cuando de pronto sonó mi teléfono. Era mi hermana que gritaba eufórica: “¡Estás embarazada! ¡Estás embarazada!”. Colgué inmediatamente sin contestar. Unos segundos después otra llamada de mi hermana que insistía en contarme que los resultados del análisis me convertían en una futura madre y yo, sin capacidad de reacción, solo atiné a cortar la llamada.
Me quedé de una pieza. Ofrecí disculpas a mis clientes. Me excusé diciendo que debía retirarme de inmediato, porque supuestamente había olvidado otra reunión, y salí. Estaba pálida, la presión se me había bajado al punto que sentí escalofríos. Por suerte, Mauro me había acompañado y estaba en el auto esperándome. Cómo vería mi cara que me preguntó preocupado: “¿Qué te pasa?”, “Nada, nada —le dije—, cosas del trabajo”. Mentí. Entonces le pregunté si podíamos pasar por el laboratorio, pues esa mañana me hice una muestra de sangre para descartar un posible embarazo. En el camino tuvimos una pequeña discusión porque no le había comentado que me había hecho un análisis de sangre. Le dije que era solo una sospecha ante un pequeño atraso, aunque ya sabía que estaba embarazada. No sé hasta hoy, por qué quise que él mismo se diera cuenta de lo que habíamos hecho, por ese le pedí que bajara y leyera los resultados, cuando yo ya los sabía de antemano.
Unos minutos después, salió del laboratorio agitando un sobre en la mano y con una sonrisa de oreja a oreja. Con su español masticado, le había preguntado a la encargada cuál era el resultado del análisis y venía eufórico hacia mí para contármelo. Su cara, comparada con la mía, era de total felicidad.
Cuál sería mi rostro que Mauro, con una maravillosa comprensión y una mentalidad muy abierta y moderna, llegó a sugerirme que si no estaba preparada, podía evitar tenerlo. ¡Ni hablar! Eso no iba conmigo, el hecho de albergar una vida dentro de mí era una realidad difícil de explicar y asumir. No sabía la dimensión real de un embarazo, pero de ninguna manera había pasado por mi cabeza la posibilidad de interrumpir la vida de ese hijo que crecía en mis entrañas.
Mentiría si les dijera que daba de brincos, que tenía la sonrisa más linda del mundo y que brindé con champán. Todo lo contrario. Entré en un shock que me duró como una semana en la que no asimilaba qué era lo que acababa de pasar y qué significaba eso en mi vida. Esto no tiene nada que ver con mi instinto maternal y mis ilusiones pasadas, sino con la realidad concreta, un embarazo real a esas alturas de mi vida y lo que eso implicaba. Una cosa sí tenía clara: yo quería tener ese hijo. Simplemente, no sabía cómo reaccionar.
Comencé a pensar, por ejemplo, en cómo me iba a engordar; dónde quedaría toda esa ropa linda que tenía guardada en el clóset; cómo me verían mis amigos y, por qué no decirlo, mis admiradores, quienes siempre me subían el ego porque andaba en buena forma; qué pasaría con mi trabajo, mi empresa, mis viajes, mis reuniones sociales. Todo quedaría truncado. ¡Carajo! Y con el esfuerzo que me había costado. Eso no era lo que yo quería para mí en ese momento.
Obviamente, ahora me río cada vez que lo recuerdo, pues luego de esa semana decidí preparar el camino para dar la noticia a la familia y a los amigos, quienes sabían de mi forma de ser, de mi vida libre, sin ataduras. Quería ver ahora sus reacciones. Afortunadamente, todo el mundo recibió la noticia con alegría. No sé, a veces pienso que estaba esperando una aceptación general, como si se tratase de un proceso electoral para la elección de mi hijo. Como si necesitara estar apoyada por unanimidad por la gente que me quiere para iniciar esta nueva etapa.
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