Las visitas al pediatra no son del todo tranquilizadoras como quisiera una madre preocupada por los pequeños detalles que suceden a diario con nuestro hijo. Y es que lo primero que queremos es que el médico nos dé explicaciones claras y despeje todas nuestras dudas. Pero lamentablemente no siempre es así, porque eres una más de la decena de mujeres que está esperando fuera de su consultorio, haciendo una cola como si fueran borregos con sus hijos y un cargamento de cosas que hay que llevar porque una nunca sabe si la atenderán en la hora en que la citaron. Y a pesar de que es un médico particular, una se puede pasar hasta tres horas sentada en el consultorio, mientras los niños lloran y las madres dormitan. Y cuando finalmente ingresas al consultorio, empiezas con una lista de preguntas que recibirán generalidades como respuesta. Cuando visito al pediatra, le digo que a Mikela le cae mal la leche, y que rechaza la menestra porque no le gusta. Entonces él, con aire aburrido, dice que entonces hay que darle otro tipo de menestra. Sí, pues, es verdad, debo darle otro tipo de menestra. Entonces le digo que la manzana le provoca gases y me dice que no le dé manzana…, “pero, doctor, usted me dijo que le dé fruta con cáscara y no le gusta”, “No, pues, señora, entonces no le dé fruta con cáscara, dele a la niña lo que le gusta”. Con ese tipo de respuestas tan elementales y sin dar mayores explicaciones de cómo debo hacer para que consuma lo que los manuales pediátricos dicen, una termina peor de lo que estaba antes de llegar al consultorio con la lista de preguntas. Y claro, eres una más de las cientos de mujeres que llegan allí para hacer las mismas preguntas y el médico debe de estar harto de contestarlas. Una visita al pediatra se convierte casi en algo mecánico. El médico dice: “Señora, desvista a su hija… ¿Trajo la colchita?, señora, ¿la toallita?”. Y si no la llevé encima te llama la atención, “¡caray, pues, me olvidé!”. ¿Acaso no sabe que vengo de “chambear” y tengo que meter cincuenta cosas en el maletín, porque ni siquiera puedo confiar en la nana, porque si se las encargo pone cosas que no uso, llego tarde al consultorio, me estreso y encima el pediatra me llama la atención. Al final, lo único que hace es decir: “señora, gracias por venir y la próxima cita de la bebé es en treinta días”, luego saca un jabón o una revista para que lea, y me recuerda que hay que pasar por caja. Y no se olviden de que en cada consulta deberán cargar como mínimo los siguientes elementos:
- Una colchita que colocarán en la camilla para no contaminar al bebé.
- Un par de pañales, pañitos húmedos.
- Una muda de ropita.
- Un baberito.
- Una babita.
- Un biberón.
- La leche.
- Un termo con agua caliente por si deben preparar la leche.
- Una botella de agua para entibiar la leche.
- Un juguetito para entretenerlo mientras aguardan la larga espera.
Yo no me creo una experta, pero conozco más a mi hija que él. Tal vez él puede decirme qué vacuna es buena, a los cuántos meses qué inyección ponerle para determinado mal, cuántas gotas de antipirético, cosas que ya sé, que ya las tengo mentalizadas. Si mi hija está con fiebre, tengo que darle antipirético, dos gotas por kilo o ponerle pañitos de agua tibia o vinagre, o tratar de bañarla con agua un poco más fría; si está con resfrío, tengo que darle descongestionante entre diez y once gotitas cada ocho horas; son cosas que una va aprendiendo día a día.
El pediatra es el pesador oficial de mi hija, el que verifica si están creciendo bien sus extremidades, solo para eso, pero después, nada especial. Si espero que me dé otra orientación, no me la da, porque es tan cortante en sus respuestas que no me da ganas de preguntar nada. Hay muchos médicos que son así y por eso las mamás terminamos dando vueltas, cambiando siempre de pediatras; es raro mantenerse con uno solo, porque comienzan las llamadas telefónicas entre amigas para preguntar si su pediatra es bueno para que te lo recomiende. Yo no sé hasta cuándo durará esta cantaleta, porque mi hija va seguir necesitando de un pediatra hasta que pase la niñez, ya que, lamentablemente, Mikela es una chiquita que no se puede dar el lujo de tener un pediatra a dedicación exclusiva, a no ser que su padre sea médico, cosa que hubiera sido ideal. Por todo eso, lo mejor es nunca quedarse callada, ni dejarse amilanar por la cara del doctor, para eso estás pagando tu dinero y no es justo que, sumado al estrés de velar por la salud de tu hija, tengas que sentirte frente al médico como una ¡inexperta total! Recuerda que si tu hijo se enferma es recomendable registrar en una libreta su temperatura, los síntomas y su duración. Además apuntar qué medicamentos le diste y en qué dosis. Esto para facilitar el diagnóstico de tu niño.
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