Toda historia tiene un principio; y no me refiero a mi nacimiento, que no tuvo nada de especial, sino al inicio de mi historia de vida. No soy escritora, socióloga, ni mucho menos sicóloga, simplemente soy una mujer próxima a cumplir los inevitables 40 años. Una periodista de profesión que luego de pasar por la experiencia de trabajar para una empresa periodística, dependiendo de un sueldo mensual y con pocas probabilidades de crecer profesionalmente, debido al estatus quo, optó por conducir una empresa propia, desde hace ya doce años.
Vengo de una familia disfuncional, y a pesar de todo, logré consolidarme como mujer y empresaria. Como toda mujer independiente, siempre tuve la ilusión de tener a mi lado una buena pareja, un hogar afianzado e hijos, no muchos, pero al menos dos.
Debo aclarar que mi adolescencia y mi juventud estuvieron marcadas por una férrea disciplina impuesta por mi madre y todas esas costumbres que arrastraba de generación en generación, donde las relaciones de pareja eran poco menos que la antesala al purgatorio; y había que tener cuidado con los hombres. Una señorita de su casa, no podía estar exhibiéndose con cualquiera por allí y como casi todas las chicas de esos tiempos. Y claro, había que llegar virgen al matrimonio.
Mi primera relación seria, fue a los 18 años y duró más de diez años, y como toda mujer ilusionada y enamorada, acepté contraer nupcias con el hombre que me cautivó.; pero el cuento de hadas terminó pronto. Luego de casi dos años de vaivenes matrimoniales, decidimos separarnos.
¿Por qué lo hicimos? ¿Qué pasó? En aquel momento no tuve una explicación clara, pero ahora creo entenderlo mejor, y estoy segura que él, también lo entiende así. Estaba tan sumergida en mi trabajo, y la gran prioridad en mi vida era comerme el mundo entero que se me abría lleno de posibilidades; y debo reconocer que mi relación nunca estuvo en primer plano, por más que lo intenté. Bueno, a ello se sumaba el hecho de no querer todavía ser mamá, las diferencias económicas que teníamos, la famosa incompatibilidad de caracteres, en fin.
Pero la vida no acabó allí; luego de esa separación, por mi propio entorno de trabajo, siempre estaba rodeada de amigos. No faltaba un fin de semana con planes para pasarla bien; aunque en el fondo siempre me sentía sola, pues no tenía con quien compartir momentos especiales, y eso lo sentía más, cuando se acercaba el Día de San Valentín y la mayoría tenía planes con su novio o enamorado, o en Año Nuevo, que tenía que conformarme el unirme a un grupo para no pasarla dando vueltas como trompo.
Mujeres como nosotras, nunca vamos a admitir públicamente que nos sentimos terriblemente solas y que necesitamos un hombre a nuestro lado. Yo siempre decía, medio en broma y medio en serio, que sino no encontraba un hombre a mi altura, escogería el mejor esperma para tener un hijo. Después de los 30, ya había visualizado, con quién y cómo.
Salí con varios hombres, unos buenos, otros malos, unos peor que otros y otros tantos que ni siquiera los tomaría en cuenta. Al principio debo confesar que prefería los guapos, los que parecían inteligentes y con una digna billetera, como para frecuentar los sitios donde estaba acostumbrada a asistir. Tal vez, estén pensando: ¡Qué superficial!; pero no es así, pues ya había tenido experiencias con el clásico chico bueno, el que intenta prosperar y divertido, pero de esos hay por cientos. Y como no todo es completo, esos nunca soportaron la idea de compartir las cuentas, compartir las reuniones sociales por el simple hecho de sentirse menos. Nunca tuve problemas con temas de dinero, si él ganaba menos que yo, eso no era importante, pero para ellos sí pesaba mucho. El machismo del que padecemos jugaba un papel importante en este tipo de relaciones.
También estaban esos amores imposibles, que llegan a tu vida y te sientes en las nubes, pero que al final es mejor dejarlo ir porque nadie merece sufrir, pero queda en tu corazón para toda la vida.
Mi corazón quedaba lastimado. Siempre que creía encontrar el hombre perfecto que me quisiera por lo que soy, terminaba en una simple ilusión. Muchas veces dije: ¡Este es perfecto!, le agrada lo que hago, no le asusta mi estilo de vida, admira mi forma de ser, es encantador… pero la perfección no existe; o era machista, celoso, posesivo o simplemente acomplejado. Con la mayoría de esos, no llegaba ni a la salida número tres, porque el encanto terminaba pronto.
No sé qué pasaba con esos hombres, sentía que mi presencia los apagaba, que los avasallaba; no soportaban el simple hecho de tener frente suyo a una mujer exitosa, independiente y que no requería ni de su dinero, ni mucho menos su apellido. Y como todo, siempre, o casi siempre, para las que guardamos una esperanza, pues finalmente encontré el amor casi sin darme cuenta. Así llegó Mauro.
Lo conocí en el momento menos esperado. Por esos días, andaba manejando un evento de magnitud internacional y mi cabeza estaba concentrada al cien por ciento en el trabajo; de modo que no tenía tiempo para pensar en hombres. Una noche en que salí con un par de amigas a comer a una trattoria, una de ellas me dijo que uno de los dueños estaba mirando insistentemente a la mesa. Yo no le di importancia, apenas oí que entre ellos hablaban algo en italiano. Al salir, él, nos despidió amablemente y con una amplia sonrisa que delataba su interés.
Una semana después, son querer volví al mismo restaurante para asistir a la despedida de una amiga colombiana. La reunión fue muy agradable y al salir, Mauro, que así se llamaba quien me miraba insistentemente, me dijo en un español masticado que le gustaría invitarme un café; yo, entre apurada y sorprendida, le alcancé mi tarjeta y le dije que me llame cuando quiera. La verdad, no imaginé que llamaría.
En efecto, me llamó, salimos, fuimos a bailar y me pareció un hombre interesante; desprejuiciado y atento; despojado de cualquier rastro de machismo latino y profundamente respetuoso de mi trabajo.
Luego empezó a visitarme en casa por las noches, casi siempre con algún detalle entre sus manos y apenas entraba a casa, se ponía a cocinar o preparar algo para mí; a diferencia de otras parejas, ésta sí se desvivía en atenderme, en hacerme sentir importante. Una semana de noches románticas a la luz de las velas y decidimos que lo mejor era venirse a casa a vivir conmigo.
Mi objetivo era entonces disfrutarlo al máximo sin pensar en otra cosa que eso. No pasaba por mi cabeza tener un bebé todavía, quería simplemente vivir la vida, vivirla bien, vivirla al cien por ciento. Quise disfrutar esos momentos, quería tenerlo cerca de mí, vivir el día a día con él, viajar, conocerlo más, y cómo esta pareja sí tenía las características adecuadas del tipo de hombre para mí; no del hombre ideal, no el príncipe azul, pero sí un hombre con valores. Y eso, como muchas de las grandes cosas en la vida llega sin que nos demos cuenta.
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